Por Gerardo Sánchez Guadarrama.
Pese a mayor visibilidad de la población diversa en cargos públicos, series televisivas o redes sociales; aún existen desafíos preocupantes que deben atenderse tanto en México como en el mundo.
La periodista Olga Wornat twitteó hace algunas semanas: “No soy prejuiciosa, pero la serie de Netflix “Madre solo hay dos”, con Ludwika Paleta en el rol principal, es un exitazo. Me resisto a creer q como pareja de Emiliano Salinas no sabía nada de lo q pasaba en la secta sexual Nxivm. Es imposible” (sic).
Al margen de Ludwika y la relación del marido con este entramado que tiene todavía más preguntas que respuestas, la producción a la que hace referencia la periodista argentina -de Carolina Rivera y Fernando Sariñana- sorprende por la forma en que retrata a la familia diversa, donde no hay el estereotipo conservador de siempre, muestra de un forma fresca que las relaciones afectivas son complejas y supeditan a las historias de amor sosas y aburridas del melodrama de la telenovela del 2.
Esta constante y creciente normalización de la presencia de la diversidad también se observa en el servicio público, por ejemplo Joe Biden nominó a Rachel Levine para ser subsecretaria de Salud y con ello la primer funcionaria federal transgénero en los Estados Unidos. También está la alcaldesa de Bogotá, Claudia López que es abiertamente LGBT+ y en México comienzan a postular candidates de la comunidad.
Los vasos de la inclusión LGBT+ digamos están medio llenos: sin duda no somos la sociedad que éramos -incluso- hace 10 años en materia de apertura. Las redes sociales y la voluntad política de gobiernos progresistas ha ayudado a mostrar paradigmas de la afectividad que desde siempre han estado en la sociedad, no se está inventando el hilo negro, sólo se le está dando el foco que por mucho tiempo estuvo apagado, encerrado en un clóset.
No obstante a lo anterior, vanagloriarnos del “a medio llenar” no es buena idea, porque los vacíos que aún persisten -en mayor o menor medida- siguen siendo tóxicos, perjudiciales para la población diversa que termina arrebatando incluso vidas humanas.
Ejemplo de ello se ve en la concordancia que en países mayormente pobres, corruptos y desiguales también tienen un défict de garantías y puede ser un delito la orientación sexual opuesta a la heteronorma. Fue indígnate leer que recientemente en Indonesia torturaron públicamente a una pareja gay. En pleno siglo XXI esto habla culturas retrógradas en todos los sentidos.
En México el homicidio de odio por LGBTfobia no da tregua, la discriminación laboral por la orientación sexual o identidad de género de la víctima es una realidad y ni que decir del acceso a la salud que en muchos casos el prejuicio de los profesionales de la salud pone riesgo la vida de personas de la comunidad. En fin… hay tarea pendiente aún.