Después de haber servido durante mucho tiempo como pantalla para su feminidad interior, el rugby sigue siendo parte crucial de la nueva vida de Alexia Cerenys, primera jugadora transgénero en jugar en la élite del rugby femenino francés, en el club de Lons, en la periferia de Pau.
Mallas negras bajo un pantalón corto que le permite protegerse del frío cada vez más intenso en esta ciudad al pie de los Pirineos, la tercera línea de 35 años y largos cabellos recogidos en una trenza enlaza los ejercicios junto a sus compañeras pese al cuerpo dolorido por los golpes.
“Estamos a miércoles y aún no me recupero del partido del domingo”, admite como una manera de desmentir a aquellos que pueden considerar que cuenta con una ventaja física. “No hago carreras de 50 metros todos los fines de semana y no anoto cinco tries por partido”, añade.
En nombre de la “seguridad” y de la “igualdad” deportiva, la instancia dirigente del rugby mundial (World Rugby) publicó el año pasado unas directrices desaconsejando a las mujeres transgénero de tomar parte en las competiciones femeninas de alto nivel.
Sin embargo, la Federación Francesa de Rugby (FFR) decidió no seguir esas directrices y en mayo abrió sus competiciones a las mujeres transgénero, aunque con condiciones, una de ellas la obligatoriedad de someterse a un tratamiento hormonal de al menos un año y de no sobrepasar un límite de testosterona.
“Es difícil encontrar un equilibrio para que no haya una ventaja deportiva, un riesgo de lesiones o de chicas que no quieran jugar porque el rival es más fuerte”, explica Jean-Bernard Moles, presidente de la comisión CADET (contra las discriminaciones y por la igualdad de trato) de la FFR, de la que forma parte Alexia Cerenys.
“El rugby no está hecho para todos los cuerpos”, dice Cerenys. “Una de nuestras compañeras debe pesar 55 kilos y a veces juega contra pilares que superan los 100 kilos. No hace falta que esté en el campo para que sea peligroso para ella”.
Empleada en la empresa de fontanería de su padre, Cerenys probó primero en el futbol, hasta los 14 años, antes de pasarse al balón ovalado como medio para enmascarar sus demonios interiores.
“Pese a que no podía expresarlo con palabras, sabía en el fondo de mí que algo no iba. El hecho de estar en un deporte de chicos me permitía ceñirme a las reglas, sin mostrar el más mínimo signo de feminidad”, explica.
Con los equipos inferiores del Mont-de-Marsan, club histórico del rugby francés, esta mujer que nació en el cuerpo de un hombre soñó durante mucho tiempo con el profesionalismo, pero una “enésima lesión” y una “decepción amorosa” le llevaron a replantearse su futuro: “Me dije que debía parar todo y comenzar desde cero“.
‘Coming-out’, tratamiento hormonal, seguimiento psiquiátrico, operación de reasignación de sexo… El periodo de transición fue “muy complicado”, entre “miradas inapropiadas”, “burlas”, “escupitajos” e “insultos”.
Después de haberse retirado una primera vez, esta inconformista volvió a vestirse de corto una vez que obtuvo su nueva identidad, en el equipo femenino del club de su vida, el Stade Montois.
Después, el Lons, en primera división femenina, le abrió las puertas “con mucho cariño”, recuerda el actual entrenador Laurent Vitalla. “Corresponde a nuestros valores de desarrollo y apertura. Contribuimos, a un nivel muy pequeño, a hacer evolucionar las mentalidades, porque el camino es largo en muchos aspectos“.
Víctima en el pasado de gestos transfóbicos en algunos partidos, Alexia Cerenys asegura no prestar atención a estos detalles: “Como juego con casco, ya me cuesta escuchar al árbitro, así que los comentarios desde las tribunas…”.
“Actualmente me siento plenamente realizada. Vivo emociones que nunca viví con los chicos. Vivo un sueño”, concluye Cerenys, pese a que todos estos esfuerzos no han servido para romper las barreras impuestas por la World Rugby.