Por Antonio Medina @antoniomedina41
El baile de los 41, es, sin lugar a dudas, el suceso social que da visibilidad a la homosexualidad en el México de inicios del siglo XX. Ese festín de hombres adinerados, travestidos y libertinos instauró en el imaginario social porfirista los estigmas culturales sobre las disidencias sexuales, nombró con términos populares a esos “hombres de costumbres raras”, que chulos y coquetones osaban contradecir las buenas costumbres de la época “traicionando la masculinidad hegemónica”.
La leyenda dice que aquel 18 de noviembre de 1901 en el número 1 de la calle de La Paz, en un palacete afrancesado del centro de la capital mexicana, irrumpió la policía porfiriana y encontró a 42 hombres, la mitad vestidos con esplendorosos atuendos femeninos, y la otra mitad eran caballeros de la alta sociedad, además de algunos jóvenes cadetes del Colegio Militar.
Después de la redada la policía reportó a mandos superiores la lista de quienes se encontraban en el inmueble, donde aparecían los nombres de importantes personajes de la vida política y cultural de la época, entre ellos, se asegura, estaba Don Ignacio de la Torre y Mier, yerno del presidente Porfirio Díaz.
Por algún motivo, la lista disminuyó a 41 y el nombre del esposo de la hija del dictador mexicano no apareció en ningún registro posterior. Se dice que le permitieron escapar en cuanto se enteró su suegro. El destino del resto de los arrestados fue cruel. Fueron llevados a Yucatán a pagar sus condenas con trabajos forzados a mortíferos campos de henequen.
De acuerdo a los relatos en periódicos y gacetillas que dieron la noticia días después del suceso, se informaba sobre el escándalo de “afeminados”, en donde se podían ver grabados de José Guadalupe Posada exhibiendo a los caballeros bigotones con atuendos femeninos. Los relatos, más allá de informar, eran tendientes a la crónica caricaturesca en donde se emplearon palabras de escarnio que con los años formaron parte del vocabulario homofóbico de la sociedad mexicana.
La redada de los 41 marcó una tendencia mediática en la forma de abordar la homosexualidad prácticamente todo el siglo pasado. Se hizo costumbre y motivo de choteo nombrar el número 41 como sinónimo de homosexualidad, particularmente en ámbitos masculinos como en escuelas, el ejército y en la calle.
Con el desarrollo de los medios de comunicación del siglo pasado, el homosexual amanerado o travestido tuvo muchas denominaciones construidas socialmente y resemantizadas en los periódicos, el cine y la televisión con mutes como “raritos” “maricón”, “lagartijo”, “mujercito”, “joto”, “puto”, “puñal” “hombre de costumbres raras” y una largo etcétera.
Una lectura de ese suceso histórico de hace 120 años, podría ser que ese baile y todo el mito que se construyó en torno a los personajes, la iconografía y los relatos, constituyó la gran salida del clóset de un grupo social existente en las catacumbas de la sociedad porfiriana, en donde coexistían en la clandestinidad, interactuaban en diferentes espacios y entre diferentes clases sociales; ejercían una sexualidad que no era penada legalmente, aunque sí estigmatizada y condenada por la moral social de la época.
Hoy en día el movimiento de la diversidad sexual recuerda ese acontecimiento ocurrido aquel 18 de noviembre de 1901 como un suceso del pasado y no desea que vuelva a suceder, ni la represión, ni la violencia o las injusticias contra ningún miembro de estas poblaciones.
Al recordar ese acto de homofobia social, mediática y de Estado de hace más de 100 años, quiero contribuir a recuperar la memoria histórica de nuestro devenir y honrar la vida de aquellos hombres y mujeres víctimas de los prejuicios, del escarnio social y la ignorancia que prevaleció prácticamente todo el siglo XX en una sociedad conservadora que limitó sus vidas, sus derechos y sus libertades.
Debido a la censura de la época se desconoce la fecha exacta del Baile de los 41. Diversas investigaciones sitúan este suceso entre el 16 y el 20 de noviembre, pero aún existen discrepancias.