Ah, la eterna danza de la inclusión y la exclusión. El papa Francisco, en un movimiento sorprendentemente magnánimo, ha anunciado que la Iglesia católica está abierta a todos, incluida la comunidad gay. Eso sí, siempre que no olvidemos las “reglas” tradicionales de la Iglesia.
¿Qué reglas? Bueno, según Reuters, en un vuelo hacia Roma, el papa explicó con serenidad que “la Iglesia está abierta a todos, pero hay leyes que regulan la vida dentro de la Iglesia”. Claro, porque una apertura total sería pedir demasiado.
La falta de coherencia del catolicismo en temas de igualdad fue hábilmente esquivada por Francisco al decir que los homosexuales “según la legislación, no pueden participar de [algunos] sacramentos”. ¿Inclusión con condiciones? Qué novedad.
Los ministros eclesiásticos, esos guardianes de la moral, deben acompañar a todos los fieles, incluso a aquellos que no se ajustan a las reglas, con la paciencia y el amor de una madre. Pero, ¿qué es un poco de amor materno si no viene con una cucharada de juicio?
Desde su elección, Francisco ha intentado construir puentes entre la Iglesia católica y la comunidad LGBT. Aunque esos puentes parecen tener ciertos peajes que no todos pueden pagar.
En resumen, un guiño hacia la inclusión, pero con la mirada fija en la tradición. El equilibrio perfecto para no cambiar demasiado mientras se finge lo contrario.