Por Roberto Zedillo Ortega (@soykul)
En el mundo digital, los casos que involucran discursos de odio reciben cada vez mayor atención. Durante este último par de semanas, por ejemplo, las expresiones serofóbicas y homofóbicas del artista DaBaby fueron ampliamente condenadas por medios, artistas, festivales y el público en general. En un contexto más local, los mensajes homofóbicos de Sara Galindo vía Instagram (que aludían, entre otras cosas, a los ECOSIG) ameritaron numerosas reacciones negativas.
Una de las estrategias más comunes ante expresiones como éstas suele ser la apuesta por “cancelar” a las personas. En ese sentido, las redes sociales suelen inundarse de mensajes directamente contra quienes se expresan de manera excluyente, con llamados a dejarles de seguir o consumir, exigencias en torno a su acceso a ciertos espacios (especialmente oportunidades de empleo), o incluso agresiones, insultos o amenazas.
Esta “cultura de la cancelación” (que no siempre desencadena una cancelación real) puede ser catártica y brindar cierto alivio a quienes son objeto de los discursos de odio. Sin embargo, ¿qué tanto ayuda a cambiar mentalidades? Es decir, ¿qué tanto invita a quienes reproducen ideas prejuiciosas a reflexionar? Y en el caso de quienes pudieran reproducir estigmas sin intención de reforzar la discriminación, ¿el impulso a “cancelarlas” aporta a una discusión productiva? ¿Promueve que se cuestionen los mitos que han repetido, o solamente genera una reacción defensiva?
Por supuesto, la idea no es eximir de su responsabilidad a quienes emiten este tipo de expresiones —y más si éstas promueven la exclusión, las agresiones o la violencia. No obstante, si la apuesta de quienes buscamos impulsar la igualdad es transformar a la sociedad y combatir las ideas erróneas sobre la diversidad, vale la pena cuestionar si, en términos prácticos, la estrategia más efectiva es emitir únicamente mensajes de rechazo y llamar a que se despida a las personas.
Este tema lo he abordado en algunos otros espacios. Para efectos de este texto, me parece particularmente importante destacar las siguientes reflexiones (que forman parte de discusiones amplias, globales y en constante actualización):
1. No todos los casos son iguales. Como ilustran los ejemplosreseñados al inicio, no es lo mismo emitir un mensaje excluyente ante varios miles de personas en un escenario público durante un festival masivo que subir una ‘historia’ estigmatizante en una red social personal. Hay casos con mayor impacto que otros, y por ende cada uno merece una respuesta distinta.
2. Aunque el primer impulso puede ser condenar a quienes emiten discursos estereotipados, usualmente resulta más productivo enfocar los esfuerzos en el contenido de los dichos. En otras palabras, más allá de rechazar a quien comunica el mensaje, suele servir más explicar por qué el mensaje está errado y difundir información veraz para contrarrestar las ideas excluyentes. Por supuesto, hay momentos que también ameritan una sanción particular.
3. Y finalmente, en numerosas ocasiones (aunque no en todas) puede ser útil buscar el diálogo con la contraparte —buscar entender por qué dice lo que dice y allegarle de información o plantearle una visión distinta. Para ello hacen falta al menos tres condiciones. Primero, necesitamos distinguir si esta vía es prudente o si, por ejemplo, hay medidas más urgentes que tomar para combatir los efectos inmediatos del discurso en cuestión. Segundo, vale la pena analizar si el diálogo tiene el potencial de ser productivo; es decir, si la otra persona parece tener apertura a conversar, escuchar y cuestionarse. Y tercero, ayuda mucho promover la empatía en lugar de la confrontación; en otras palabras, tratar de no antagonizar a la otra persona.
También es útil recordar que no siempre nos corresponde reaccionar de manera personal, pública e inmediata. A veces es más eficiente amplificar la voz de alguien más, o cuestionarnos si la motivación detrás de nuestros mensajes es ganar notoriedad personal (p. ej. conseguir likes o followers) en lugar de dar visibilidad a nuestras causas. También en ocasiones es más sanoexcusarnos de la discusión por salud mental, o entablar un diálogo de manera privada.
Contemplar estas preguntas es importante porque nos orilla a definir qué herramientas usamos contra los prejuicios. Un riesgo de seguir la estrategia equivocada es que las personas —lejos de cuestionar sus estereotipos— sencillamente pueden decidir no expresarlos de manera tan abierta, pero eso no cambia sus ideas, actitudes ni acciones, y favorece que los estigmas sigan en nuestra sociedad. Por ello, vale la pena idear vías de acción que contribuyan de manera inequívoca a una cultura de inclusión e igualdad sustantiva.