Por Roberto Zedillo Ortega (@soykul)
El repudio contra las expresiones transfóbicas en redes sociales ha sido cada vez mayor. En estas pocas semanas de 2022, al menos dos ejemplos han cobrado un papel destacado. Por una parte, un diputado federal enfrenta diversas quejas ante el Conapred por emitir mensajes estigmatizantes en Twitter. Por otra parte, una diputada de la Ciudad de México ha acumulado casi cincuenta quejas ante el Copred por un motivo bastante similar.
La gravedad de estos comentarios no solamente radica en su contenido alarmista, prejuicioso y falso. Los mensajes son preocupantes porque quienes los emiten tienen un gran alcance, derivado tanto de su cargo público como de sus decenas (o incluso centenas) de miles de followers y su considerable presencia mediática. Como he señalado antes, la amplia difusión de estereotipos transfóbicos tiene el potencial de dar pie (y también de “normalizar”) desde agresiones verbales hasta incidentes de discriminación, e incluso actos delictivos y de violencia.
Sin embargo, los casos anteriores no son excepcionales; por el contrario, forman parte de la realidad cotidiana de las personas trans (y otras identidades de género no normativas). Tanto en México como en otros países, hay evidencia de que esta clase de manifestaciones es altamente frecuente, que muestra altos niveles de saña y que tiene un alcance sumamente amplio.
Una muestra es el estudio que la empresa Brandwatch y la organización Ditch the Label desarrollaron en Reino Unido en 2020. Ahí se reportó que, en un análisis de diez millones de posts en plataformas como Twitter o Instagram sobre temas relacionados con personas trans, alrededor de un millón y medio utilizaba lenguaje insultante. El volumen era especialmente alto en ciertas redes; por ejemplo, en Twitter se detectó lenguaje estigmatizante en 12% de los mensajes, pero el porcentaje creció hasta 78% en YouTube. Como es posible sospechar, la tendencia empeoraba ante coyunturas específicas; es decir, cuestiones como la difusión de propuestas de política pública transfóbicas venían aparejadas de una oleada de mensajes transexcluyentes en redes.
En el caso mexicano, la Encuesta sobre Discriminación por motivos de Orientación Sexual e Identidad de Género 2018 del Conapred tiene algunos datos ilustrativos sobre el tema. En particular, se preguntó a las personas si en el año anterior se habían sentido discriminadas en redes como Facebook, Twitter o Instagram (así como en muchos otros ámbitos). De todas las personas LGBTI que contestaron, un tercio dijo que sí. La cifra es especialmente alarmante entre personas trans y con otras identidades de género no normativas (p. ej. no binarias): sube a 38% en el caso de hombres trans, a 44% entre mujeres trans, y a 48% entre las demás.Lo anterior nos da una idea de lo común que es esta situación, y de lo urgente que es combatir los estereotipos en redes sociales. Ésta es una tarea que nos implica a todas, todos y todes: por supuesto, a las instituciones para atender los casos en los que esté involucrada alguna autoridad y promover un cambio cultural en general, pero también a la sociedad en su conjunto para impulsar mensajes de igualdad. En los espacios que podamos (incluso si se trata de discusiones con familiares o amistades), siempre es útil condenar y desmontar los prejuicios con información, desde la empatía y poniendo a las personas trans al centro.
Sobre el autor:
Roberto Zedillo Ortega (@soykul) es especialista en diversidad, igualdad y no discriminación. Ha asesorado diversos esfuerzos para la inclusión en instituciones públicas, y tiene experiencia en consultoría privada, investigación y docencia. Cuenta con una licenciatura en ciencia política y relaciones internacionales por el CIDE, así como con una maestría en sociología por la Universidad de Cambridge. Ha publicado varios libros, artículos y textos de difusión acerca de la discriminación. Su obra más reciente es el informe Cohesión social: hacia una política pública de integración de personas en situación de movilidad en México (CIDE, 2020), que coordinó con Alexandra Haas Paciuc y Elena Sánchez-Montijano.