Kiriam, Malú y Victoria, tres mujeres trans cubanas de diferentes generaciones, confían en que el Código de las Familias, que Cuba someterá a referendo próximamente, mitigue la fobia que han sufrido por décadas, pero abogan por una ley de identidad de género.
El Código de las Familias, que renovará la ley vigente desde hace 47 años, pretende revolucionar el concepto de familia introduciendo el matrimonio igualitario, pero también la posibilidad de reconocer varios padres y madres además de los biológicos y la “gestación solidaria”.
El proyecto de este código fue sometido entre enero y abril a una consulta popular barrio por barrio a lo largo de la isla.
“Es un paso importante, porque en este código hablamos de matrimonio igualitario, de unión de hecho”, algo “muy revolucionario”, declara Kiriam, una actriz trans de 45 años.
Pero Kiriam, que se prepara para rodar “Malecón”, del cineasta español Carlos Arrazabal, apuesta por “una ley integral de identidad de género”, que “penalice la homofobia, la transfobia”, y garantice “el derecho de las personas trans a tener una educación protegida, a tener trabajos dignos”.
Malú (58) llegó a La Habana hace ocho meses desde el centro de la isla, intentando borrar un pasado de rechazo familiar, maltratos, asedio policial y dos encarcelamientos por “vestirse de mujer”, en 1980 y 2003.
“Que la que nazca (trans) que la acepten así, que no la rechacen”, dice esperanzada esta espigada mujer trans, en su “casita” en La Habana, sin muebles y con techo de zinc. Vive del dinero que recibe en un club de la capital, donde imita a la cantante española Isabel Pantoja, su ídolo.
“Lidiar con el dolor”
“Dios quiera que sea” como dice esa ley, pide Victoria (73), aunque las canas que oculta detrás de una peluca color castaño le hacen ser cautelosa: “Una cosa dice el papel y otras hacen las personas”.
Enfundada en una falda de tubo, una blusa estampada y tacones, Victoria, una cocinera jubilada, vecina de Malú, lamenta haber decidido hace solo 11 años “vestirse” de mujer.
Esta trans bisexual agradece que se le hayan “abierto los ojos” en TransCuba, una red de apoyo y capacitación, con unos 3.700 miembros en todo el país. “Mi vida cambió”, apunta, mientras se maquilla.
En una Cuba aún marcada por el machismo y la homofobia, cuyo gobierno persiguió y marginó a los homosexuales en las décadas de 1960 y 1970, Kiriam no olvida el acoso que sufrió por ser “una niña diferente”, ni cómo la obligaron en una clínica “a practicar deportes de combate” para “masculinizarla”.
“Pero he sabido lidiar con el dolor y hacerme fuerte”, añade la actriz, que muestra en Twitter sus abultados senos, fruto de una cirugía “ilegal”.
Comenta que “en algún momento” también pensó en someterse a la cirugía de reasignación sexual, que en el país comenzó a practicarse en 1988, pero luego se arrepintió. Estas operaciones están interrumpidas por la crisis económica.
Desde hace más de una década el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) promueve la lucha por los derechos de las personas LGBTI, bajo la dirección de la diputada Mariela Castro, hija del expresidente Raúl Castro.
Sin éxito, el centro promovió el matrimonio igualitario en la propuesta de nueva Constitución aprobada en 2019, que consagró los derechos de la esa comunidad. El nuevo código de familia pretende ir más lejos.
No hay que esperar
No todas las noticias son halagüeñas. Mariela Castro dijo que los primeros resultados de la consulta popular sobre el código mostraron que los cubanos aceptan más el matrimonio igualitario que la “gestación solidaria” y la adopción por parejas homosexuales.
“El matrimonio no me interesa tanto como todos los otros derechos”, dice Victoria, que fue a la cárcel tres meses en 1983 tras defender en un juicio su condición de gay.
Pone como ejemplo el caso de un amigo que mantuvo una relación homosexual por 30 años. “En vida, la familia no lo miraba, cuando se murió todos querían venir a la casa del gay a despojar las cosas, y dejaron a su pareja en la calle”.
Ivón Calaña, subdirectora de Cenesex, sostiene que “no necesariamente” habría que esperar una ley de identidad de género porque aspectos como el cambio de nombre y de sexo, establecidos en normas ya aprobadas en países como Argentina, Chile y México, se podrían incluir en otras leyes cubanas sujetas a revisión.
De todas formas, advierte que “una ley por sí sola no va a tener fuerza suficiente para compeler a ese cambio” que se necesita, e insiste en que para lograr avanzar en esa dirección “una de las herramientas más potentes es la educación integral de la sexualidad” desde la niñez.