Del vestuario a la boda, la visibilidad sigue siendo un gol en tiempos de homofobia
En 2023, Alberto Lejárraga rompió uno de los silencios más pesados del futbol español. Portero del Marbella F.C., recién ascendido a Segunda RFEF, celebró besando a su pareja, el artista Rubén Fernández, y publicando la foto sin disculpas ni explicaciones. Fue suficiente para poner su nombre en la historia como el primer futbolista profesional de España en declararse abiertamente gay.
Dos años después, Lejárraga vuelve a ocupar titulares, esta vez por un acto que en apariencia debería ser cotidiano, pero que todavía tiene un peso político y social: se casó con Fernández en Mijas, Málaga. La ceremonia, celebrada en la Hacienda Las Fuentes, dejó claro que “amar libremente sigue siendo un acto valiente”, como resumió el fotógrafo Fran Ortiz, quien retrató el enlace.
En un deporte donde los abrazos entre hombres se aceptan solo tras un gol, Ortiz lo llamó “justicia poética”. No por la foto, sino por el mensaje: que un niño pueda soñar con ser delantero y casarse con el portero, si así lo quiere.
Lejárraga sabe que la visibilidad cuesta. Casos como los del australiano Josh Cavallo o el checo Jakub Jankto lo confirman: insultos, amenazas y presión mediática forman parte del precio. Pero su elección de no esconderse responde a un problema de fondo. “No es que no quieran salir del armario, es que tienen miedo. Hay mucho prejuicio todavía”, ha dicho en entrevistas.
Su boda no solo unió a dos personas. Recordó que, en pleno 2025, casarse siendo un futbolista abiertamente gay todavía desafía prejuicios y abre un espacio para que millones vean posible vivir sin doble vida. En el marcador simbólico de la diversidad, este también es un golazo.

