Por Ana Kronica
Les comparto las siguientes crónicas, alentado por el redescubrimiento que hice de mis archivos fotográficos que, de tanto tiempo sin ver y, en su mayoría, sin haber sido publicados nunca, se volvieron, sin habérmelo propuesto, una especie de cápsulas de tiempo.
Asistí a la primera marcha de 1979, pero sería hasta abril de 1980 que ingresaría al FHAR como “militante”. Entré con una fuerza y una convicción que solamente pude tener a esa edad y en ese momento histórico. Fuimos varios los jóvenes que enriquecimos las filas del FHAR en aquellos meses: Mario Rivas, Braulio Tenorio, Francisco Javier, Jorge Elizondo, Héctor León, Gustavo Giles, Alejandro, Gustavo…
Recuerdo la atmosfera de impaciencia política, la fuerza con la que realizábamos nuestras acciones, el valor y el temor. Juan Jacobo poseía una personalidad inmanente, inspiradora, nos reuníamos en su pequeño departamento de la calle Virginia, cerca del metro Nativitas, adonde, conversando sobre lo cotidiano, identificábamos las acciones que habríamos de realizar en los días próximos inmediatos.
Uno de los problemas más lacerantes era la persistencia de las “razzias”, ese práctica ilegal por la que, sin mediar otro motivo que la preferencia sexual de las personas, la policía irrumpía en los lugares de reunión públicos para detener y extorsionar a gays, lesbianas y trans, so pretexto de evitar las faltas a la moral, amenazando a los infortunados parroquianos con el escarnio público del periodicazo.
Ya antes, el FHAR había intentado una protesta pública frente a la Delegación Cuauhtémoc, motivado por una razzia que la policía había realizado en el Bar El Topo, llevándose a los parroquianos al Torito, y de la que Luis Gonzáles de Alba, en calidad de detenido, hizo una valiente crónica que publicó en el diario Uno más Uno. La crónica de Luis, fue un parteaguas en la manera de dar cuenta de estos abusos, rompiendo con el “estilo” dominante de las vergonzantes plumas de la nota roja.
Aquella protesta se malogró pues, según nos contaba Juan Jacobo, Luis no asistió al mitin “dejándonos colgados de la brocha”. En esta nueva ocasión, fijada para el día ocho de mayo de 1980, la protesta habría de realizarse justo frente a las instalaciones de la Dirección General de Policía y Tránsito, la funesta y temible DGPT de Arturo “el negro” Durazo. La sede de la DGPT era un feo edificio que se encontraba en la plaza de Tlaxcoaque, de ahí recibía su nombre, al inicio de la avenida 20 de noviembre y que, por fortuna, ya no existe.
Juan Jacobo diseño el volante que, reproducido en algún mimeógrafo del sindicato de la UAM, habría de servirnos para convocar al mitin. Faltaban décadas para la aparición de las redes sociales cibernéticas, pero sabíamos que nuestras acciones tendrían un impacto en la opinión pública, pues la prensa, tanto la de nota roja así como la prensa seria, daban cuenta del quehacer político de los nuevos actores sociales, “lilos, manfloras y vestidas politizadas”.
Todo lo hacíamos rápido, las acciones se sucedían una tras otra de manera vertiginosa, recuerdo que en esa misma semana, convocados por el poeta Uriel Martínez (+), fharina y trabajador del Colegio de México, apoyamos el estallido de una huelga de trabajadores del ColMex, pernoctando al frente del edificio, y también nuestra participación en un congreso del Partido Comunista Mexicano, en el palacio de los deportes, acto que se merece una crónica particular.
Nos movía un sentido de urgencia por realizar una transformación social largamente postergada. Era una vorágine estupenda que llenó de un nuevo sentido la vida a más de uno de nosotros. Había que ir a volantear, quedaban pocos días, así que nos organizamos en brigadas para ir a la Alameda, a las afueras de las estaciones del metro donde hubiera “ligue”, a las afueras de los bares.
Yo me organicé en una brigada que visitaría diversos bares gay, recuerdo que llegamos a las puertas del Deval, -¿alguien lo recuerda? , estaba en Avenida Baja California, a unos pasos de la esquina con Insurgentes, la famosa “esquina mágica”.
A los pocos minutos de haber comenzado a volantear, salieron del bar unos guaruras para corrernos, les espetamos que era nuestro derecho constitucional, alegaron que estábamos espantando a la clientela con el rumor de una redada, -parece que nuestros volantes ocasionaron que algunos clientes entraran alarmados, preguntando si era inminente una razzia esa noche- les alegamos que era justo lo contrario y que… o se van o ahorita se los carga su madre, y llamaron a una patrulla. Nos fuimos de ahí con las cajas destempladas. Habrían de pasar años para que la solidaridad de los bares apareciera.
Se llegó el 8 de mayo, y justo a las cuatro de la tarde, cargados de cartulinas, banderas, mantas, los tres principales grupos Lambda, Oikabeth y el FHAR, hicimos acto de presencia a las afueras de la temible Tlaxcoaque. Nos acompañaron solidariamente Mujeres feministas, trotskistas de los Partidos Revolucionario de los Trabajadores (PRT), creo que también estaba el Partido Obrero Socialista (POS) y el Partico Comunista Mexicano (PCM), y ¿tal vez también el sindicato de la UAM?
En aquellos tiempos, la sorpresa fue un factor que siempre jugó a favor de nosotros. La policía no se podía creer que un grupos relativamente numeroso de gays, lesbianas y trans -¿cuántos seríamos? ¿30 personas? ¿Poco más, poco menos?- se apostara frente a sus instalaciones para protestar contra las redadas.
Coreamos las consignas, gritamos, agitamos mantas y banderas, la policía hizo una valla para impedirnos el paso. A través de las ventanas asomaron los lentes de cámaras que seguramente nos retrataban y filmaban. Nadie se amilanó. Después de un rato, representantes de las autoridades bajaron a dialogar. Exigimos pasar para hablar directamente con Arturo Durazo.
Tras un estira y afloja, aceptaron que pasara una comisión conformada por unas cuantas personas, entre las que recuerdo estaba Mario Rivas, a quien yo apenas había visto una par de veces, pero lo recuerdo porque Mario Rivas, entró con la representación del PCM, ni más ni menos, también la izquierda empezaba a cambiar. Recuerdo que el tiempo se nos hizo eterno y las comisión no bajaba y no bajaba; empezó a circular entre nos el rumor, entre chiste y entre en serio, que a la comisión ya se la habían llevado detenida al Torito.
Al momento de estar escaneando la hoja de contactos de la que obtuve las imágenes que aquí comparto -los negativos los debo de tener por ahí-, advertí que, salvo tres retratos, el de Juan Jacobo, el de Eduardo Calderón “la Tichi” (+) y el de Anathán, mis fotos están muy mal tomadas, movidas, mal encuadradas, fuera de foco. Al notarlo recordé la razón de mi desatino – ¡oh, maga de la foto mal tomada!- : aquella tarde nos llovió fuerte de manera intermitente, lo que nos obligaba a correr para meternos bajo el techo de un pasillo del edificio a guarecernos de la lluvia, y en cuanto escampaba, volvíamos a la explanada a seguir con la protesta, y después otra vez a correr para no mojarnos. No tuve condiciones propicias para retratar, además del nervio, supongo yo.
La primera vez que visité a Carlos Monsiváis, le pregunté si él tenía conocimiento de otro movimiento social que se hubiera atrevido a ir a plantarse frente a la sede de la temible, corrupta y delincuencial policía de Arturo Durazo, me contestó que no, que no sabía de ningún otro grupo que lo hubiera hecho, además del nuestro.
Por fin bajó la comisión, no me acuerdo con qué compromisos, pero lo importante es que habíamos ido a realizar esa protesta y a señalar el carácter ilegal, anticonstitucional de esa práctica nefasta. Esos eran nuestros argumentos: la ilegalidad, la inconstitucionalidad, pues el argumento de los DDHH aún no cobraba cuerpo explícito en nuestro discurso político.
Se venía junio y con él, la Segunda Marcha, y había muchísimo trabajo de difusión y convocatoria que realizar, y en ello habríamos de empeñar con enjundia nuestro tiempo durante las siguientes semanas.Queden estas fotos, como testimonio gráfico, con algunos rostros de aquellas valientes personas, hombres y mujeres, que protagonizaron, -protagonizamos-, aquel acontecimiento político, que de alguna manera sumó para generar el clima de libertades que ahora gozamos.