Por Antonio Medina @antoniomedina41
Hoy, 27 de enero, se recuerda el holocausto nazi que exterminó a más de seis millones de judíos a mediados de los años 30 del siglo pasado y hasta la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, en 1942.
Pero es preciso decir que Aldof Hitler y su élite político-militar no sólo querían exterminar judíos, sino también a negros, personas con discapacidades físicas, orientales y homosexuales, entre otros grupos humanos. Ellos se erigían como la raza aria y estaban convencidos de su pureza, inteligencia, y que debería prevalecer en la humanidad.
Una forma de estigmatizar a gays en el campo de concentración de “Schasenhausen”, era etiquetándolos con un triángulo rosa invertido durante su cautiverio para después cremarlos masivamente en los hornos de Auschwitz.
Se dice que fueron más de 200 mil hombres homosexuales los que murieron en aquel horno de exterminio donde murieron escritores, científicos, artistas, estudiantes, travestis, pero también militares del régimen que fueron descubiertos en su sexualidad disidente, por lo que fueron sentenciados igual que el resto de esa “escoria social”.
En el caso de las lesbianas, se relata que eran identificadas con el triángulo negro, pero su etiqueta la compartían junto a las “asociales”, mujeres “socialmente desajustadas”. En esa categoría entraba cualquier mujer que desafiara las normas heteronormativas, como ser insumisa, infieles, prostitutas o con ideas liberales. Su “crimen” no era la lesbiandad “porque para los nazis eso era perfectamente curable con casarse” (sic), sino su rebeldía al poder masculino.
En el caso de los hombres gays, los testimonios de supervivientes que rescata el traductor y escritor Carlos Valdivia en su libro “Y Leo Classen habló”, relata experiencias publicadas en la revista “Humanitas” de los años 50, donde se describe que el trato a los homosexuales era más severo que el de las demás personas, ya que contra ellos la humillación era constante y acompañada de crueldad y violencia extrema.
La vida gay de Berlín de los años 30 era bohemia y divertida. Había tolerancia a la homosexualidad a pesar de estar vigente el artículo 175 que castigaba las relaciones entre personas adultas del mismo sexo.
El Berlín de aquella época se distinguió por los aires de libertad, aún más abierto que el Greenwich Village de Nueva York antes de Stonewall (1969), pero el nazismo destruyó las libertades y la vida cultural, artística e intelectual de aquella ciudad cosmopolita y vanguardista, donde los homosexuales, lesbianas y travestis deambulaban de forma natural.
Este 27 de enero se recuerda esa masacre humana de hace más de 80 años que pudo llevarse a cabo por el talante totalitario de un hombre, sus masas, su partido y su poder militar.
La sociedad actual no puede ni debe olvidar que la extrema derecha, autoritaria y criminal sigue vigente en algunas regiones del mundo y siempre está al acecho de las expresiones humanas diversas, y amenaza todo el tiempo con resurgir en países democráticos que han logrado avances en leyes y políticas públicas igualitarias.
Siete países en el mundo siguen con la pena de muerte por el “delito de homosexualidad” o “sodomía”, más de 70 naciones tienen leyes punitivas en contra de personas LGBT+, además, se observa una creciente violencia contra poblaciones de la diversidad sexual donde se ha logrado mayor visibilidad y ejercicio de derechos.
La creencia de la supremacía de una raza sobre otra, de la “pureza” de un grupo social sobre los demás, de que unos humanos o humanas son “mejores” que otros u otras, o que unas son “verdaderas” o “verdaderos” respecto a los y las demás, hace suponer que se necesita una “purga social” y suprimir derechos de esas minorías para “garantizar” los derechos de “mayorías puras”, “reales”, “verdaderas” y “auténticas”.
Esas ideas, por demenciales que parezcan, están latentes en el imaginario de grupos antiderechos, tanto en la derecha extrema como en el ala de supuesta “izquierda”, esa que en ocasiones resulta igual de hipócrita y ultra conservadora que la misma derecha.
Este día honremos la vida de aquellas mujeres y hombres que fueron censurados de sus libertades y asesinados por la locura de un régimen beligerante y criminal, que se erigió en un primer momento como “democrático” por haber llegado al poder gracias a la mayoría electoral, pero que actuó como el peor sistema de exterminio de seres humanos y contra las libertades de “los otros”, de “los diferentes”, de “los paria”.