El poder del perro

Por Paulina Rivero Weber

Asociar la homosexualidad masculina a la femineidad es un prejuicio muy común: como si todo hombre homosexual renunciara a ser hombre, para imitar los gestos y las actitudes de la mujer. Y como si “la” homosexualidad fuera de un solo tipo y se tratara de una forma de ser por igual para todo individuo homosexual. Uno de los múltiples temas de la última película de la gran cineasta Jane Campion, El poder del perro, rompe este mito.

La película se basa en la obra homónima que Thomas Savage publicó en 1967, la cual aparentemente pudo haberse basado en eventos de su propia juventud en Beaverhead County, Montana, en donde vivió con su madre viuda y su padrastro.

El film no solo presenta facetas muy interesantes de la masculinidad homosexual: rompe el mito de la asociación entre lo masculino y la fuerza, y lo femenino y la debilidad. El personaje aparentemente fuerte y varonil, resulta el más débil, mientras que el personaje que de entrada solo puede ser asociado a la labilidad, es el verdaderamente fuerte.

Phil es un cowboy varonil, atractivo y “cabrón” (término en este caso más que adecuado) y es homosexual, si bien dada la época en que se desenvuelve el relato, no lo manifiesta de manera abierta. Por otro lado, Peter es un estudiante de medicina extremadamente delgado, femenino y bondadoso, del cual finalmente no sabemos nunca si es o no es homosexual, pero queda claro que, paradójicamente, es el hombre fuerte de la historia. 

Esta obra rompe estereotipos: la femineidad en un varón no anuncia en modo alguno la homosexualidad, ni el homosexualismo se asocia per se al mundo femenino: adiós etiquetas y simplificaciones.

El proceso de creación de conceptos y, por ende, del pensar cotidiano, lo sabemos, requiere simplificar ideas. Las víboras son consideradas animales peligrosos, aunque no todas lo sean. Del mismo modo dividimos a las personas entre buenas y malas, nacionales y extranjeras, creyentes y ateas. Pero el día y la noche no son dos estados que se sigan de manera inmediata: hay una variada cantidad de sutiles matices en el paso de la noche a la madrugada, de ésta al amanecer, de éste al medio día y de ahí a la tarde y luego al atardecer: no podemos dividir de manera maniquea ni el día y la noche, ni el bien y el mal, ni la homosexualidad y la heterosexualidad, ni la masculinidad y la feminidad: la vida no viene en blanco y negro. 

Los matices son infinitos y nuestra comprensión del mundo se enriquece con todos ellos: “multiplicar los muelles —dijo Emily Dickinson— no disminuye el mar”. Reconocer esos múltiples matices es el primer paso para poner fin a la discriminación de quien aparentemente es “el otro”, o “el diferente”: ¡todos y todas lo somos!: todos y todas no somos más que uno de los múltiples matices que toma la luz en su largo camino del amanecer al anochecer.

Fuente: Milenio

Post Author: anodis