Ser mujer “trans” sobre Tlalpan

Por Humberto Ríos Navarrete

“Estilista, cocinera, tarotista, capoerista, trabajadora sexual y periodista”. Esta es la definición que hacen de Sara Montiel en el libro Putas, Activistas y Periodistas, donde ella aparece en la portada con su cuerpo exuberante, cabellera pelirroja, bolsa en la mano izquierda, tacón alto y minifalda, mientras sube la escalera de un viejo edificio. Sandra es mujer trans.

En otros momentos ha contado los altibajos en su vida, entre los que resalta aquella tragedia que la marcó; pero su tesón y disciplina se han sobrepuesto en quien es amante de los gatos. No está por demás describir cómo es su existencia en tiempos de pandemia; la de ella y de sus compañeras de esquina, por las que se preocupa y aboga, sobre todo en estos meses funestos.

“El panorama es oscuro y triste”, describe, pero no pierden el buen humor, dice, porque tampoco se van a dejar vencer.

¿Y quién es Sandra Montiel?

Esta es su vida.

En sus propias palabras.

Nací en la ciudad de Xalapa, Veracruz, en el año de 1978. Tuve que trabajar desde los 6 años, haciendo mandados en un mercado conocido como La Rotonda, por las mañanas, y por las tardes acudía a la escuela Manuel de Boza. Fueron años difíciles, pues si no trabajaba, no tenía para zapatos ni para mis cuadernos.

A los 10 años, aproximadamente, empecé a ayudar en cocinas y después a quedar como encargada o jefa de cocina.

Por mi condición de ser una mujer trans fui explotada, abusada laboralmente, sin derecho a seguro social, pues me lo negaron.

Trabajé hasta 12 horas diarias, sin goce de horas extras; me decían que tenía que ganarme mi puesto, ya que detrás de mi había quien lo quería.

Harta de tanto abuso por parte de mis empleadores, decido viajar a la Ciudad de México y busco a unas amigas que habían emigrado un par de años atrás, al igual que yo, en busca de mejores oportunidades.

Las encuentro y de inmediato me brindan su apoyo, invitándome a laborar en las calles como trabajadora sexual.

Al principio fue difícil, pero pronto me acostumbré a este tipo de vida. El bullicio, las charlas con las compañeras, las risas, la alegría de todas es algo que nunca olvidaré.

Gracias al dinero que ganaba, pude ayudar a mi madre, hermanos y sobrinos, y cumplir mi sueño de operarme el busto y tener mi casa propia.

Tenía muchos sueños. Pero una noche de octubre del 2001, algunos de ellos se truncaron: un hombre se me acercó como cliente y de un momento a otro me arrojó un líquido que llevaba en un frasco; sentí húmedo y después la piel me empezó a arder, como si tuviera lumbre en la cara.

Al escuchar mis gritos, mis compañeras corrieron a ver qué me sucedía, el por qué de mis gritos. Ellas me llevaron al hospital. Estuve casi dos meses en recuperación. He tenido muchas cirugías reconstructivas para tener una vida plena.

Hasta la fecha sigo dedicándome al trabajo sexual y al activismo a favor de mis compañeras de esquina, luchando para que el gobierno reconozca nuestros derechos laborales, pues la clandestinidad, el acoso por parte de la policía y extorsiones son el pan de cada día.

La situación empeoró a partir de la pandemia del covid-19, pues el gobierno cierra todas las fuentes de trabajo, entre ellas los hoteles, quedándonos en el abandono total, junto con otros sectores de la población más vulnerables.

El muy poco apoyo recibido nos tiene al borde del colapso, pues los clientes cada día acuden menos a solicitar un servicio sexual.

Las más afectadas han sido las trabajadoras sexuales de más de 40 años, ya que les cuesta más cooptar algún cliente, o como nosotras les decimos: “parchantes”.

Algunas compañeras trans, desde el año pasado, están recibiendo un apoyo mensual de dos mil pesos, pero no así las mujeres biológicas o también llamadas cis.

En julio tuve una reunión con la licenciada Ixchel Anguiano, comisionada de reordenamiento de la vía pública, quien bajo el encargo de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, tuvo un acercamiento con nosotras, las trabajadoras sexuales del Corredor Tlalpan.

Le expuse el tema sobre la gran diferencia que hacen de los apoyos entre trans y mujeres cis, ya que no ha habido ningún programa que tenga una continuidad de ayuda a estas últimas.

Las más abandonadas y desprotegidas, a lo largo de esta pandemia, han sido las compañeras cis. Esa diferencia que el gobierno ha hecho, por moda sobre el tema trans, las tiene desamparadas. O todas coludas o todas rabonas.

Mi interés como activista hacia las mujeres cis es que ellas llevan el sustento a sus familias, y con la escasez de clientes y el nulo apoyo de las autoridades, están en una situación desfavorable.

Sandra Montiel comenta que a partir de la pandemia su vida y la de sus compañeras ha cambiado de una manera “muy fuerte; se puede decir que radical, de 180 grados, pues la clientela bajó demasiado”.

El horario de trabajo de Sandra es por la tarde-noche. “Llego a laborar a las siete y media, hasta las once, once y media”, responde en una entrevista por WhatsApp.

—¿Por qué ese horario?

—Porque me siento más cómoda, me siento más tranquila. A esa hora hay menos concurrencia de niños. Me siento con más energía para trabajar.

—¿Y cómo era antes de la pandemia?

—Pues en la esquina era más frecuente la clientela, había más dinero, tenía uno más posibilidades de estar más tranquilamente, pues la economía fluía. Nosotras, por ejemplo, que pagamos renta; y algunas de mis compañeras, que son madres de familia, tienen a sus hijos en la universidad; otras los tienen en la primaria, la secundaria, la preparatoria.

—¿Cómo se ve el panorama desde tu zona?

—Desde la esquina, que es nuestra área de trabajo, el panorama se ve oscuro, triste, porque no tenemos ningún apoyo; el gobierno nos abandonó. He conversado con mis compañeras, las que pagan renta, y están en una situación desfavorable, porque les cuesta trabajo cubrir sus necesidades esenciales.

—¿Cómo te describes?

—Pues como una persona seria. Me gusta mucho respetar a la gente para que la gente me devuelva ese respeto. Soy muy trabajadora. Aparte de dedicarme al trabajo sexual hago alguna otra actividad que también me remunera económicamente, no al igual que estar parada en una esquina, pero sí de vez en cuando logro obtener algún ingreso.

—¿Cuál es tu entorno?

—Pues a pesar de todas estas vicisitudes que hemos atravesado en estos meses que llevamos de pandemia, el ambiente entre nosotras es alegre, porque nosotras las trabajadoras sexuales, las putas, somos alegres, nos gusta reír, carcajearnos, nos gusta contar nuestras anécdotas, nuestra vida, lo que hemos vivido entre nosotras.

—¿Has pensado cambiar de trabajo?

—Claro que sí, en algún momento lo haré, pues no es lo mismo Los tres mosqueteros que 20 años después; ya tengo 23 años dedicándome al comercio sexual y he madurado…Las arrugas, el cuerpo también va cambiando, y en algún momento tendré que dejar esto.

—¿Y cuál otro trabajo sería?

—Me gusta mucho lo que es la cosmetología y puede ser que, seguramente, me dedique a eso en un futuro.

Post Author: anodis