Los gays también discriminan

Por Alejando Juárez Zepeda

El neoliberalismo gay coopta las identidades y la diferencia. Este proceso de aburguesamiento del movimiento gay está produciendo modelos homonormativos que esconden prácticas de gobierno y regulación, escudadas en el carácter de crítica social y cultural de sus inicios.

La libertad se basa en la capacidad de las personas para elegir. Y nadie escatima la legitimidad de hacerlo con base en distintas preferencias personales, siempre que éstas no restrinjan o impidan los derechos de los demás, ni menoscaben la dignidad humana. Cualquier conducta o práctica que se aleje de estos márgenes constituye discriminación y debe ser combatida y sancionada.

Sin embargo, lo anterior no parece tan evidente en una población que ha padecido una fuerte discriminación desde afuera. Podemos afirmar que la llamada ‘comunidad’ LGBTQIA no es solamente una de las que más discriminan hacia afuera, en función de la posición social y económica, el grado de estudios, el origen étnico o si las personas se ajustan o no al canon estético de la economía de mercado (color de piel blanco, ojos claros, complexión delgada). Hacia adentro, la discriminación es todavía más feroz.

En una marcha gay, tuve oportunidad de conocer la opinión de un joven de diecinueve años que se quejaba: “no encuentro sentido a una marcha del ‘orgullo’ cuando ni siquiera entre ellos se respetan. Aparte de las típicas grescas entre mujeres trans por ver quién es más ‘perra’, están los que se gritan ‘jotas’, ‘pasivas’ y cosas así. Es absurdo.”

Entre ‘musculocas’, ‘obvias’, ‘sidosas’, ‘pitochicos’, ‘vestidas’ y ‘traileras’, la estigmatización hacia ciertos grupos y personas del colectivo LGBTQIA es una realidad inocultable. Se expresa en una obstinación por estereotipar, ridiculizar y rechazar todo aquello que se aleje del nuevo modelo de homosexualidad políticamente correcta u homonormatividad (físicamente bella, modelada en el gimnasio, educada en las mejores instituciones educativas del país y el mundo entero, cultivada en viajes y eventos sociales, pudiente y carismática, preconizadora de las bondades del capitalismo y todo lo que forma parte del mainstream). No sería injusto decir que los homosexuales que han ganado su ingreso a la sociedad con mayúsculas, mediante la reproducción de estructuras de opresión y dominación características de la sociedad patriarcal y el neoliberalismo económico, tales como el racismo, el clasismo, la competitividad, la avidez, el machismo y la misoginia. De acuerdo con esta nueva visión, entre más masculino sea un gay, mejor rankeado estará; lo mismo, si se trata de una lesbiana guapa y femenina. Hasta el momento, no se ha encontrado una solución socialmente aceptable para las personas trans y queer, y su comportamiento estrambótico, tan ajeno al ‘buen gusto’.

Ya sea por diferencias raciales, de clase, por el estatus serológico, el grado académico, el lugar de origen, la edad, la naturaleza de las prácticas sexuales e identidades de género, el tamaño y la forma de los órganos sexuales, la complexión corporal; los gays también discriminan. Ya sea verbal, física, estructural, institucional, elitista, externa o interna, leve u ostensible, por pertenecer a una determinada clase social o no, la discriminación en contra de cualquier persona, basada en diferencias que desafían los cánones grupales o sistémicos, siempre es perniciosa y atenta contra el tejido y la solidaridad sociales.

Una activista trans, Gloria Virginia Davenport, acusaba hace tiempo –con mucha razón– que, entre ciertos homosexuales, ha surgido “una visión agresiva y violenta que ha replicado históricamente las prácticas excluyentes de la heteronormatividad”, mediante la implantación de ciertas dinámicas socioculturales en las poblaciones que forman la diversidad sexual, dando origen a una ‘homonormatividad’.

De acuerdo con Lisa Duggan, autora del libro The Twilight of Equality?: Neoliberalism, Cultural Politics, and the Attack on Democracy, ‘homonormatividad’ significa mantener y seguir parámetros heteronormativos en las vidas homosexuales, cuando éstas, en cambio, podrían servir de base para la construcción de nuevas y diferentes maneras de habitar el mundo y expresarse personal y colectivamente. Ella también vincula este concepto al de ‘neoliberalismo’, desde lo cual formula una crítica feroz al deseo casi obsesivo de parte de los colectivos homosexuales por la obtención del derecho al matrimonio y la adopción, es decir, por encajar en el modelo de familia tradicional, una institución burguesa que es, en la actualidad, bastante decadente. Todo parece indicar –de acuerdo con Duggan– que las ‘bodas gays’ son otro ámbito de reproducción capitalista y una forma de mantener cautivo un ‘mercado rosa’ en el que gays y lesbianas son productos comerciales.

La homosexualidad no constituye un rasgo identitario ya que no es suficiente en sí misma para definir a una persona, pues no abarca toda la personalidad ni, mucho menos, un tipo humano o identidad colectiva. En palabras de Norberto Chaves: “la noción de ‘homosexualidad’ nace puramente de la necesidad de calificar para discriminar (en el sentido de ‘distinguir’ y en el sentido de ‘marginar’) a ciertas personas que poseen un rasgo no asumible por el modelo de normalidad dominante, aunque dicho rasgo no defina per se una estructura identitaria”.

Paradójicamente, la comunidad LGBTQIA se encuentra reproduciendo interiormente ciertas facetas de un mismo fenómeno, que se llama discriminación y que, al menos exteriormente, dice combatir, siempre que se refiera a la orientación sexual y, en algunas ocasiones, la identidad de género.

Lo cierto es que lesbianas y gays se han instalado en una zona de confort y no están dispuestos a ampliar su lucha más allá de lo que implica despenalizar o normalizar la homosexualidad y lograr para sí una mínima protección legal; es decir, no les interesa crear solidaridades con otras causas sociales. No obstante, como decía Paco Vidarte: “¿de qué sirve la lucha contra la homofobia si no se acompaña de una lucha contra los medios de exclusión social? Para empezar, para lavarle la cara al poder. Para entrar en complicidad con estrategias neoliberales que respetan a las maricas pero no se preocupan por su bienestar social. Una ‘ética marica’ se tiene que hacer cargo de este absurdo ideológico, de esta hipocresía.”

Es preciso avanzar de la estigmatización actual a la diferencia tolerada, y de ahí a la integración mutua e indiferenciada, o sea, hacia el fin de las identidades sexuales y de género. Para ello, es preciso reaccionar contra todas las estructuras de dominación, incluyendo la sociedad patriarcal y esa versión radical del capitalismo, que es el neoliberalismo económico.

El neoliberalismo gay coopta las identidades y la diferencia para venderlas como mercancías de consumo rápido. En este contexto, el racismo y el clasismo; es decir, la discriminación por patrones de belleza, perfección física, posición social, grado de estudios y capacidad económica, siguen imponiéndose. Este proceso de aburguesamiento del movimiento gay está produciendo modelos homonormativos que esconden prácticas de gobierno y regulación, escudadas en el carácter de crítica social y cultural de sus inicios.

Fuente: Ombuds Life

Post Author: anodis