Y despúes del matrimonio, ¿qué?

Por Alejandro Juárez Zepeda

A José Luis Caballero Ochoa

El matrimonio “igualitario” o “universal” o “entre personas del mismo sexo” sigue representando la prioridad estratégica para el movimiento pro derechos LGBT+ (lésbicos, gays, bisexuales, trans y más) alrededor del mundo.

Cuando la Suprema Corte norteamericana se encontraba discutiendo la DOMA (Defense of Marriage Act), que en 2015 permitió el matrimonio universal en todo el territorio estadounidense, el periodista Jeffrey Tobbin, de la revista New Yorker, escribió: “esto es lo que recordaremos sobre la atmósfera en la Suprema Corte durante la discusión de los casos sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo: que no fue tremendamente memorable. […] La razón de este ambiente tan apacible era tácita pero clara: todo el mundo sabe que el matrimonio entre personas del mismo sexo llegó para quedarse”. 

En aquella ocasión, la revista Time publicó dos portadas diferentes con este motivo, una con un beso gay y otra con un beso lésbico, mientras en su editorial señalaba: “decida lo que decida el Tribunal Supremo, parece claro que la mayoría de los estadounidenses sienten que el matrimonio es un derecho civil y negarlo a un grupo de personas con base en su orientación sexual es una violación del derecho a la igual protección de la ley”.

Finalmente, el 26 de junio de 2015, el matrimonio igualitario fue permitido en todo el territorio de Estados Unidos y declaró inconstitucional cualquier prohibición a este tipo de uniones.

Tiempo antes, la batalla a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo en Latinoamérica se ganó en México, Argentina, Uruguay, Colombia, Ecuador y, recientemente, Costa Rica. Ha llegado ya, desde hace tiempo, a Chile, Venezuela y Cuba. Pero, independientemente de reformas legales que ocurrirán por necesidad, el reconocimiento del derecho al matrimonio a las parejas homosexuales es una batalla moralmente ganada.

Esto es más que un aval oficial y legal de la unión entre dos personas del mismo sexo para formar una “familia”; es más bien el reconocimiento práctico y social de que no existe nada inherentemente malo entre dos personas del mismo sexo que deciden tener vida en común, incluyendo la vida sexual.

¿Fin de la historia?

No obstante su importancia estratégica y simbólica en la lucha por la igualdad de derechos para todas las personas, pareciera que la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo en el mundo “democrático” actualizara, para el colectivo LGBT+, la tesis de Francis Fukuyama sobre el capitalismo como final de la historia: una vez ganado este derecho, el movimiento LGBT+ puede disolverse en una cómoda y completa asimilación al sistema económico, político y social establecido; una vez conquistada la igualdad legal por la vía del matrimonio universal, no subsisten ni se sostienen otras reivindicaciones y demandas específicas o extendidas. Abierta la puerta a la obtención de la seguridad social, patrimonial y otras prestaciones económicas, la oportunidad de adoptar niños o lograr la paternidad por medios artificiales, no existe razón por la cual no se pueda abrazar sin reservas la democracia liberal y el neoliberalismo económico. 

Pareciera que el movimiento LGBT+ no tiene razón de existir en términos políticos si a sus miembros más prominentes se les asimila al paradigma heteropatriarcal y binario, dejándoles ser tantito raros, expresar su afecto (pero con discreción y buen gusto); si se les permite tener una pareja de su mismo sexo y una familia “diversa”, pero basada en valores tradicionales; tener hijos, y, en suma, vivir dentro de los parámetros de lo que resulta aceptable y plausible para el status quo que impone la norma moral.

Lo que habría que preguntarse ahora es si todas las identidades homosexuales, si las expresiones trans o queer, caben en este nuevo modelo de lo gay, recién aceptado socialmente. Y si la respuesta es no, tal vez hayamos entendido la razón por la cual los activistas de Human Rights Campaign (HRC) decidieron invisibilizar a las personas trans en las discusiones de la Suprema Corte estadounidense, pidiéndoles que bajaran sus banderas y pancartas: ellas no forman parte de esta nueva normalidad social.

Ha llegado el momento de que se vuelva regla general lo que Paco Vidarte, profesor de filosofía queer, profetizaba hace años: “las lesbianas y gays están cómodamente instaladas en el ‘nosotros los demócratas ricos de occidente’ y no están dispuestas a ampliar su lealtad más allá de lo que significa despenalizar la homosexualidad y conseguirse una mínima protección legal. Y por lo demás, que se hunda el mundo”. 

Se pregunta: “¿constituye justificación suficiente el hecho de ser gay para no tener que asumir más responsabilidades con la sociedad ni con otro tipo de injusticias que nada tienen que ver con la homofobia?”. Y se contesta: “la lucha contra la homofobia no puede darse aisladamente haciendo abstracción del resto de injusticias sociales y de discriminaciones, sino que la lucha contra la homofobia sólo es posible y realmente eficaz dentro de una constelación de luchas conjuntas solidarias en contra de cualquier forma de opresión, marginación, persecución y discriminación”.

Lo cierto es que, además de la relativa sinceridad en la lucha por la igualdad y la no discriminación, detrás del matrimonio igualitario existen otros intereses, principalmente económicos. No es de extrañar que más de cien empresas en EUA se hayan manifestado a favor del reconocimiento de este derecho. ¡Y qué empresas! Starbucks, JC Penney, Target, Oreo, es decir, aquellas corporaciones que representan un estilo de vida determinado: acomodado, pudiente, que se alienta y aplaude la economía de mercado (el consumo y el desecho irracional e incontenible en un marco de individualismo e indiferencia social y ambiental atroces). No por nada Apple, Facebook, Google, Morgan Stanley, Nike, Verizon y Levi Strauss & Co., entre otras, han llamado a los derechos de las parejas LGBT+, “un imperativo de negocios” y han firmado un manifiesto en su defensa.

En realidad, detrás de la lucha por el matrimonio gay hay una revolución burguesa encubierta que ha dejado de lado temas mucho más importantes y sustantivos para la comunidad como, y en primer lugar, la violencia y los crímenes de odio por homo y transfobia.

Neocolonialismo gay

Desde que el movimiento LGBT+ decidió adoptar el matrimonio gay como eje estratégico por encima de todas las demás causas, vive una suerte de desempoderamiento generalizado y desactivación política. En palabras de Paco Vidarte, entró en una fase de “organizaciones subvencionadas por el Estado y sometidas a su control; usurpación de los espacios de libertad por políticas asistenciales de contención; demonización y persecución policial de cualquier grupo libertario que inmediatamente se tacha de radical, si no de violento o antisistema; utilización monopolizadora del significante democracia para anular el más mínimo atisbo de sociedad civil; secuestro del significante libertad para implantar políticas represivas centralistas y mantenedoras de desequilibrio social y de los privilegios legales de mayorías oligárquicas, sexuales, religiosas”.

De hoy en adelante, la agenda imperialista LGBT+ la dictan las grandes agencias rosas, “internacionales” o gringas, ILGA o HRC, del mismo modo que el FMI y la OCDE dictan las políticas económicas a los países subdesarrollados. Y si resulta que el matrimonio debe ser la prioridad por razones que cada vez más se evidencian económicas, pues tal tendrá que ser la lucha en todos lados, independientemente de que un informe de 2015 a la Asamblea General sobre Discriminación y violencia contra las personas por motivos de orientación sexual e identidad de género, se consigne, por ejemplo, que “según el Observatorio de los Asesinatos de Personas Transgénero, que recopila informes de homicidios de personas transgénero en todas las regiones, entre 2008 y 2014 se produjeron 1.612 asesinatos en 62 países, lo que equivale a una muerte cada dos días”.

Mientras tanto, como ecos de otros mundos llegan noticias como la siguiente: “Noxolo Nogwaza tenía 24 cuando fue violada y asesinada en KwaThema, un poblado cerca de Johannesburgo. Su cara y cabeza fueron desfiguradas por el efecto de una roca y también fue herida varias veces con un vidrio roto. Se cree que el ataque tuvo lugar cuando sus agresores le propusieron que se hiciera su novia. Personas que se encontraban cerca de la escena del crimen reportaron que escucharon el barullo de algunos hombres gritando: ‘te vamos a sacar a la lesbiana’” (Homophobic and transphobic violence, UN Fact Sheet).

Realidades sobre percepciones 

La lucha por los derechos de las personas LGBT+ está llena de contrastes y diferencias alrededor del mundo. Mientras algunos países de América y Europa Occidental avanzan en el reconocimiento de derechos como el matrimonio para las parejas homosexuales, en otras partes del mundo, como Europa del Este, Medio Oriente y África, la homofobia en sus diversas modalidades y los crímenes de odio son el pan de cada día.

El primer país del mundo que aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo fue Holanda, en 2001. Islandia ya tuvo una Primera Ministra lesbiana, Jóhanna Sigurðardóttir. Malta, Bélgica y Luxemburgo son verdaderos países santuario, con leyes y políticas públicas que favorecen a las personas de este colectivo.

En contraste con lo anterior, en 73 países la homosexualidad es un delito. Para muestra, un botón: en 2011, el parlamento de Uganda discutía una ley que castigaba la homosexualidad con la pena de muerte e imponía penas severas también a quienes tuvieran conocimiento de este tipo de actos y no los denunciaran a las autoridades. Dicha ley fue frenada en gran medida debido a la presión internacional. No obstante, las relaciones homosexuales siguen prohibidas en su constitución, son castigadas con una pena de hasta 14 años de prisión, y son numerosos los asesinatos de activistas que defienden la diversidad sexual en dicho país.

En el mismo caso se encuentran los países islámicos que se rigen por la Sharia, como Arabia Saudita o Irán, que penalizan duramente las relaciones homosexuales. En el caso de Irán, se llegó al extremo, en 2007, de que su presidente, Mahmud Ahmadineyad, llegara a afirmar que no existía tal cosa como la homosexualidad en su país. No obstante, entre 1979 y 1990, se registraron poco más de 100 ejecuciones relacionadas con este tema.

Los casos de Rusia, Polonia y Chechenia también son dignos de destacar pues las agresiones hacia personas de la comunidad LGBT+, sobre todo a los activistas, son sumamente frecuentes. Estas incluyen palizas, humillaciones y vejaciones sexuales. En 2013, el Parlamento Ruso promulgó la Ley para la protección de niños y niñas frente a la información que promueva la falta de valores familiares tradicionales, que crea una coartada legal para reprimir y encarcelar a las personas homosexuales. 

Llama también la atención el caso de Jamaica, en que la homofobia no formaba parte de la cultura originaria y se volvió un producto de exportación a cargo de colonizadores británicos y misioneros cristianos, que ahora está presente incluso en su manifestación cultural más famosa: el reggae. 

El reguetón también es un género sumamente machista y homofóbico. Se origina, curiosamente, en las islas caribeñas que fueron colonias inglesas y se regían por las leyes victorianas, que consideraban la “sodomía” un crimen.

Así pues, pretender medir el avance de los derechos del colectivo LGBT+ y la disminución de la homofobia usando como parámetro la existencia legal (o no) del matrimonio gay en un lugar determinado es dejarse llevar por percepciones más que por las realidades, andar por un camino resbaladizo. 

La homofobia ha sabido resistir con agilidad y destreza todos los intentos por desterrarla. A veces, simplemente se invisibiliza, ya sea equiparando las relaciones disidentes a las normativas (como en el matrimonio) o “prohibiendo la discriminación”, sancionando insultos, estereotipos y demás representaciones de los imaginarios, que no tienen impacto en las condiciones reales de vida de las personas.

Hasta por la Iglesia

El punto más álgido de este deseo de asimilación llegó a mis oídos la otra vez en forma de un: “Güey, tenemos que hacer algo: ahora los gays ya se están casando por la Iglesia”. De ese tamaño se ha vuelto la incongruencia ideológica del colectivo LGBT+ en su afán por alcanzar la normalización y asimilarse al canon moral y social: homosexuales, sí, pero domesticados, “bien nacidos” y bien portados, formados en valores judeocristianos, decentes, fieles y emparejados, familiares y rodeados de niños, ”sin rollos” (ni dramas, ni intensidades), lejos de marginaciones y estigmas adicionales, sin pobreza, ni drogas, ni violencia; buenaondita, pagando impuestos y esperando el éxito (material, profesional y social).

O, como diría Paco Vidarte: “las maricas ricas, poderosas, temerosas del pueblo, ansiosas de integrarse, han roto los vínculos de solidaridad con las demás maricas, con las que ya no quieren tener nada que ver, nada las une a ellas: la clase, el estatus, el dinero priman por encima de la solidaridad de las maricas entre sí”.

Ahora bien, ¿cuántos homosexuales pueden actualizarse en este nuevo arquetipo? ¿Cuántos podrían acceder a él en virtud de las condiciones socioeconómicas imperantes? Y, más todavía, ¿cuántos, si las tuvieran, quisieran acceder libremente a él? ¿No acaso ser homosexual es también ser una posición identitaria para cuestionar el orden establecido y, desde ahí, instituciones como el matrimonio, que permiten al Estado inmiscuirse y regular el ámbito privado?

¿No se trata también de ensayar otras formas de relación (en palabras de Vidarte, “uniones de amor y sexo o sólo de amistad; o de amor sin sexo, de cariño y sexo sin amor; compromisos íntimos o públicamente provocativos; para toda una vida —en ocasiones bien breve— o fugaces, pero igualmente intensos…”)? Y, en ese caso, ¿la lucha por la seguridad social y las prestaciones económicas, por la paternidad, no habría que situarla más allá de la pareja, más allá del matrimonio, y hacerla asequible a todas las personas y formas de relación, independientemente de la orientación sexual y/o la identidad de género?

Es hora de empezar a superar el tema del matrimonio gay como eje rector de lucha del movimiento LGBT+ y recuperar temas de fondo, como la no discriminación, el combate a la homofobia y los crímenes de odio, la validación de distintas formas de relación y familia. Es tiempo de volver a sentar las raíces de nuestra lucha en el derecho a la diversidad y la libertad.

Fuente: Ombuds Gay

Post Author: anodis